martes, 9 de febrero de 2016

Argentina Otra manera de estar inseguro balear niños negar desaparecidos persecución documental en Caballito Sandra Russo

Otra manera de estar inseguro

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Por Sandra Russo

Página 12. 6-feb-16

 

Esta semana, el día en que el presidente Macri ordenó bajar los cuadros de Néstor Kirchner y Hugo Chávez de la Casa Rosada –dos días después de que el suegro de Sergio Massa, Fernando Galmarini, pidiera que se vuelva a subir el de Videla–, en las redes sociales se multiplicó por mil una placa de Crónica que mostraba una imagen de la Rosada, ya sin cuadros: "En la pared, quedó la grieta".

 

Ya pocos la niegan. Masticamos grieta. Dolorosamente, porque esto no se elige, más bien brota frontal de nuestra historia. Por más que bajen todos los cuadros de los próceres y los de los líderes políticos que reivindica una buena porción de la Argentina, la historia no se detiene.

 Es, en todo caso, cada día más descarnada, y algo de su dimensión brutal, ahora, nos vuelve a decir qué grande y potente es lo que intentan a cada paso suprimir, borrar, empequeñecer, ensuciar, pasar al olvido. Qué tipo de construcción antagónica elaboró el kirchnerismo, que el establishment necesitó generar un nuevo dispositivo de poder, no aplicado hasta hoy en ninguna parte del mundo, en el que cada transnacional ocupa un ministerio, JP Morgan está en persona asesorando desde un ministerio público sobre las decisiones financieras de un Estado, se monta un cerco mediático cerrado a las críticas opositoras, se decide incluso quién será la oposición, una vez sacado de juego al verdadero adversario, que bien puede ser el kirchnerismo o cualquier otra fuerza política que desde la base de esta sociedad esté dispuesta a volver a apostar a la política de masas para frenar esta evidente entrega del país.

 Se llame como se llame, la oposición a este gobierno debe enmarcarse claramente en la defensa del Estado como regulador de la economía y en la inclusión social. Lo demás es pasto en Reyes.

Volviendo a los cuadros, Kirchner y Videla encarnan hasta ahora, para la Argentina contemporánea, dos opuestos de tipo de poder. El peor tiempo de Videla llegó con los Kirchner, según el mismo dictador llegó a pasar en limpio. No es casual la hilacha que dejó expuesta el ministro de Cultura porteño, Darío Lopérfido, poniendo en duda lo que significa Videla, es decir la dictadura, el genocidio, el terrorismo de Estado, minimizando el tema en números. 

No es casual tampoco que esa soltura de boca con la que fueron dichas esas palabras, le haya costado a este gobierno una ola de rechazo nacional e internacional, al mismo tiempo también que desde el exterior se suman los rechazos a la detención irregular de Milagro Sala. Lopérfido se extralimitó porque hizo visible un fondo que Cambiemos intenta todavía disimular con los chistes y las fotos del Presidente, y gracias a la banda de imagen y sonido de este país, que son los grandes medios, donde los periodistas dan consejos amables sobre cómo ventilarse sin usar el aire acondicionado, mientras no hay números ni falsos ni ciertos del Indec, mientras las marchas de despedidos llenan de olor a angustia muchas calles de este país y las marchas de militantes y autoconvocados se multiplican como hongos en todo el país, en ese raro secreto que consiste en no ser nunca una noticia.

 El desprecio, la inexactitud y la impunidad con la que se presentan medidas que claramente marcan un cambio de paradigma y un retorno veloz hacia una nueva etapa neoliberal, la insistencia en que esas medidas son la consecuencia inevitable del modelo kirchnerista, y no el implante forzado de un saqueo que está a la vista, completan la escena, que tampoco se agota ahí.

En 50 días, muy lejos del festival (con b larga, Michetti dixit) de la alegría, el gobierno macrista exhibió un fondo cuyo clímax fue protagonizado hace ocho días por agentes de Gendarmería que dispararon a mansalva contra niños de la 1-11-14. Ese ataque, que fue negado durante tres días por la ministra responsable de Seguridad pero del que había imágenes, audios y testimonios, además de un seguimiento fiscal, pone en otro contexto los dichos de Lopérfido.

 Y pone en otro contexto, también, lo que van o no van a apoyar del gobierno de Macri los diputados peronistas que pretenden hacer una oposición "amigable".

Es difícil entender qué quiere decir Diego Bossio cuando declara que "quiere que a Macri le vaya bien". Fuera del cliché de la retórica política gagá, que pretende algo parecido a "la unión entre argentinos", es otra lectura de esa declaración la que surge empujada por el dolor colectivo que ya comenzó a expandirse: si a Macri le va bien, si tiene quórum y prosperan sus DNU y se profundizan sus políticas, este será el modelo opuesto al que millones de personas, hasta parecía que el propio Bossio, defendieron en los últimos años.

 Las políticas económicas de Macri conducen directamente al hambre, la desocupación y nuevas indigencias cuya perspectiva es aún más grave si el universo sindical las deja afuera, si las excluye. Gran parte de los pobres e indigentes de los 90 nunca llegaron a formar parte del movimiento obrero organizado. No se pudo. Se quedaron en el 30 por ciento sin trabajo formal que si tuvieron red fue por las organizaciones sociales. Este capitalismo no es el de los 40 y también es muy distinto al de los 90.

 Nos acecha un imperio sin base territorial que intenta privatizar el país entero, con su población adentro. Este nuevo laboratorio neoliberal ya ha exhibido su visto bueno a la violencia institucional.

Las señales se desparraman en la vida cotidiana. Se han visto jóvenes salir de sus trabajos en una fábrica de Flores, y ser palpados de armas contra la pared por portación de cara, algo de lo que esa generación no tiene memoria. Se han visto ciudadanos de mediana edad intentar cruzar la Plaza de Mayo y ser interceptados por policías que decían tener órdenes de no dejar pasar a nadie con alguna remera kirchnerista. Se ha visto a otro hombre pasar por la misma situación, aunque como vestía camisa lo que se le objetaba era que llevara en las manos cartulinas. 

Se ha sabido, como publicó ayer este diario, de policías que se presentan de pronto en Caballito y dicen tener órdenes de pedir los datos y la identificación de todo un edificio. Se han visto muchos más videos y se han conocido muchas más historias de adolescentes prepoteados por fuerzas de seguridad, haciéndolos bajar de colectivos a la madrugada para mostrar los documentos.

Hoy millones de ciudadanos no se sienten seguros. Acecha un nuevo tipo de inseguridad, que conocemos perfectamente (la otra, por cierto, no ha cesado, pero la televisión perdió interés en esos temas). Se multiplican los perfiles falsos en Facebook, porque miles de usuarios tienen miedo a perder sus trabajos, aunque sean de planta permanente, o incluso si tienen empleos privados, por su identidad política.

 Los padres y las madres les insisten a los hijos adolescentes que lleven sus documentos cuando salgan a la calle. De pronto, en solamente 50 días, se inaugura la mirada institucional sobre un nuevo enemigo interno.

Lopérfido, incontinente, dejó que miráramos un poco más de frente a este monstruo polifacético que tiene mucho de kirchnerismo al revés, de espejo negro. Uno siempre se acuerda de eso que contó Filmus, que cuando lo fue a ver al presidente Kirchner en 2003, después de la asunción, lo encontró absorto mirando las calles, que llevaban más de una década de incendio y dos años de sangre. 

 

Filmus cuenta que no se animaba a entrar viéndolo a Kirchner de espaldas mirar las calles. Y que de pronto se dio vuelta y le dijo: "¿Sabés una cosa, Danielito? Yo no voy a reprimir".

Este espejo invertido y dado vuelta que vivimos nos retrotrae incluso a momentos anteriores a los 90, a esa larga noche en la que perdimos por completo nuestra condición de ciudadanos y quedamos expuestos a la indefensión frente a un Estado represivo.

 

 Hay algo en el estilo del ataque a la murga del Bajo Flores, hay algo en ese pasaje siniestro de que el atacante sea quien está en el barrio para proteger, algo en ese "volverse locos" de pronto y descerrajar a ciegas sus armas sobre un grupo de gente del que salían, clarísimas, las voces infantiles llorando, hay algo en esa saña que intentó ser pasada por alto institucional y mediáticamente, y que nos pasma. Sobreimprimirle a este escenario un discurso negacionista del genocidio sería regar el terreno por el que puede volver lo peor.

 

 Este miedo a las instituciones –un miedo que se siembra ejemplarmente en Jujuy–, unido al miedo a las fuerzas de seguridad, es una de las bases de este modelo. Macri no sólo baja el cuadro de Néstor. Baja el cuadro para bajar sus políticas inclusivas y de derechos humanos de la memoria colectiva. Eso está fuera de su alcance.

 

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Comité de Enlace Latinoamericano y Caribeño - CELC

 

"Por la Unidad y la Soberanía de Nuestra América"

 

 

 

Twitter: @C_E_L_C

 

 




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Encuentro en Ecuador Garcia Linera de Bolivia y su discurso latinoamericanista Museo Che Guevara de Buenos Aires

Ecuador, muy buenos días. América Latina, muy buenos días.

Quiero saludar, respetuosamente, a cada una de las personas del continente, de Ecuador, de Argentina, Nicaragua, de El Salvador, de Venezuela, de Cuba, de Brasil, de Perú, de Colombia, de Chile, de mi hermosa Bolivia, y del resto del Continente que se han hecho presentes en este encuentro latinoamericano progresista.

Agradecer la invitación y las generosas palabras del vicepresidente

de la República de Ecuador, muchas gracias. Saludar con mucho

cariño al ministro que nos acompaña, al ministro de Cultura, a la

secretaria ejecutiva de la Alianza País, embajadores, embajadoras,

representantes de todo el continente.

El día de hoy quisiera dialogar con ustedes, algo así, como un

balance de estos últimos 15 años, un balance rápido y esquemático,

pero que pudiera ayudar a visualizar el horizonte de estos 15 años

de grandes transformaciones en nuestro continente, en la mayoría

de nuestros países de América Latina y, no cabe duda, en el

mundo.

Quiero destacar, en diez puntos, no solamente algunos avances,

algunos logros en el ámbito de los procesos revolucionarios en el

mundo, sino que también quisiera destacar las tensiones, las

complejidades, las propias contradicciones que son motor de la

transformación, de nuevas luchas y de nuevos logros.

Porque somos un proceso en movimiento, porque no somos algo

estático es que tenemos futuro. Y quienes hablan del fin del relato

progresista, como agoreros funcionales a la ofensiva imperial,

sepan que venimos de la lucha, que nos hemos forjado en la lucha,

que nada de lo que se ha hecho en el continente ha venido como

regalo ni concesión de nadie y que estos procesos habrán de

continuar, porque tenemos un pueblo y un continente de lucha y

seguiremos teniendo un continente y un proceso de lucha.

Un primer elemento que quisiera destacar, de estos 15 años, es la

resignificación de democracia en los procesos revolucionarios.

Muchos de nosotros, de nuestros profesores, de la izquierda de la

que emergemos o de la izquierda d la cual heredamos sus glorias y

sus derrotas, en el siglo pasado, había concebido a la democracia

como un escenario sospechoso, digámoslo así, hasta cierto punto,

incómodo que tenía que ser utilizado de manera instrumental para

conseguir y llegar a la revolución, para conseguir y llegar al

socialismo.

El siglo XX estuvo marcado, en las izquierdas, en general, por una

mirada esquiva respecto a los procesos democráticos. Estos últimos

15 años han mostrado, a partir de lo que ha sucedido inicialmente

en Venezuela, en Ecuador, en Argentina, en Brasil, en Bolivia, en

Uruguay, en Nicaragua, posteriormente en El Salvador, de que no

es así. Nuestro proceso revolucionario está mostrando que la

democracia no es una etapa temporal, un puente, que nos conduce,

necesariamente, hacia una nueva sociedad.

El aporte que está incorporando América Latina al debate de las

izquierdas en el mundo es que la democracia no solamente es un

método, es también el espacio, es el escenario del propio proceso

revolucionario, es en el desarrollo de las capacidades organizativas

autónomas de la sociedad en el desarrollo de la capacidad de

participación y de intervención en los asuntos colectivos, en los

asuntos comunes que los procesos revolucionarios

latinoamericanos han prosperado, consolidado y se están

desarrollando.

Pero, ciertamente, no es una concepción de la democracia de

manera procedimental, como modos de selección de gobernantes,

ni siquiera solamente como principios éticos, en la versión literal de

lo democrático, en la versión procedimental y minimalística de lo

democrático.

Lo que América Latina está mostrando es que esta reivindicación de

lo democrático como el espacio mismo de la revolución, como

escenario inevitable y obligado de la revolución, requiere y necesita

una reinvención de lo democrático, una refundación de lo

democrático; ya no únicamente como de seleccionar gobernantes -

que lo es-, ya no únicamente como modo de respetar asociatividad,

pensamiento y actividad política -que lo es-, sino una reinvención de

lo democrático a partir de su fundamento, de su esencia, lo

democrático como creciente participación de la sociedad en la toma

de decisiones.

Estamos hablando, entonces, de lo democrático por encima de la

concepción fósil que nos viene, muchas veces, de los países,

llamados tradicionalmente, democráticos del norte, donde ni la

mitad de su población elige gobernantes, y de esa mitad que eligen

gobernantes, ni el 2% participa en la toma de decisiones y de este

2%, ni el 1%, en verdad, tiene la fuerza de decisión y de ejecución

de las decisiones.

Esas democracias fósiles del norte no son, para nosotros, ningún

modelo a imitar, ni ningún modelo a seguir. La democracia que

estamos reinventando en América Latina es una democracia

plebeya, de la calle, del parlamento, de la acción colectiva, de la

participación y de la movilización.

Es, pues, en este escenario de la democracia concebida como

permanente y creciente participación de la gente en la vida pública,

en la vida colectiva, en los asuntos comunes, familiares, educativos,

médicos, económicos y en los asuntos presupuestarios donde se

define el carácter revolucionario y, al final, socialista de cualquier

proceso revolucionario.

En el fondo, socialismo es la radicalización absoluta de la

democracia, la democracia llevada al centro de trabajo, al

parlamento, al ejecutivo y a la propia vida cotidiana; y, es que, al

final, lo que hemos aprendido es que cualquier método de lucha

solo ha de ser revolucionario si tienen la participación de la gente,

por la vía armada o por la vía pacífica, ha de tener su efecto real

solo en la medida de la permanente, creciente ampliación y

desborde de la sociedad en el ejercicio, cumplimiento y el desarrollo

de ese método.

Sin eso, cualquier acción o parlamentaria o armada, o es reformista

o es oportunista, armada o electoral, pero en el fondo lo mismo.

Un segundo debate que está siendo zanjado por la experiencia

latinoamericana, un debate de la izquierda mundial, es el debate en

torno a tomar el poder o construir el poder. ¿Qué hay que hacer?

Formados en la vieja escuela, el objetivo es tomar el poder, está

bien, venimos, los leninistas al menos -me reivindico como un

leninista absoluto- la toma del poder es correcto; pero si quienes

propugnamos la toma del poder no entendemos que el Estado -por

muy democrático que sea, por muy participativo que sea- es

también un monopolio de lo común, de lo universal, es un

monopolio creciente de lo colectivo, la toma del Estado, así no más

tal como viene, es también la toma de ese monopolio y, a la larga,

la toma de las instituciones y, a la larga, la sustitución de unas

instituciones y de ese monopolio por una nueva administración y

una nueva burocracia.

Frente a ese riesgo de convertir la revolución en un proceso que

simplemente sustituya una élite por otra élite surgió el debate:

entonces no hay que tomar el poder.

El compañero John Holloway y la gente que trabajó con él, hace

diez años, pusieron en debate en las izquierdas mundiales y

latinoamericanas, “entonces no hay que tomar el poder”.

Transformar el mundo sin tomar el poder.

Claro, se entiende que es un esfuerzo por alejarse de esta

sustitución de élites, se entiende que es un esfuerzo por alejarse del

control de un monopolio, es decir, de una concentración de

decisiones, porque eso también es el Estado; pero al hacerlo,

quienes reivindicaron la no toma del poder para cambiar el mundo

recluyéndose en pequeños núcleos, en pequeñas comunas, en

pequeñas actividades semiautónomas que construyen socialismo y

comunismo en pequeño, en los hábito alimentarios, en las compras

y en la transferencia de objetos, olvidaron una cosa terrible: que

cuando uno se aleja -yo no quiero embadurnarme ni mancharme

con el poder, me recluyo en mi comuna, en mi pequeño lugar, al

margen del poder- lo que estoy haciendo es que el poder,

independientemente de lo que yo diga o haga, siga existiendo y al

seguir existiendo bajo la vieja manera del monopolio centralizado

por unas oligarquías que rotan en la gestión de la administración

pública, permitimos, en ese nuestro aislamiento, que esos pocos

sigan administrando en contra de las mayorías.

Permitimos, admitimos -en nuestro silencio y en nuestro aparente

abandono y reclusión monástica en un centro donde nadie se

contamina- y estamos dejando en pie que el poder del Estado se

mantenga en manos de pequeñas oligarquías, en manos de pocos,

que privaticen los recursos de muchos.

Se deja que el Estado y ese monopolio llamado Estado siga

desorganizando a la sociedad, siga conduciendo la desposesión de

los recursos comunes de la sociedad y, lo peor, que esto público no

estatal que produce la sociedad, que surge en esas pequeñas

iniciativas autónomas o semiautónomas de la sociedad, de manera

aislada y desarticulada, a la larga, queden subsumidas por el propio

Estado y por los propios procesos de valorización del capitalismo.

El gran problemas de solamente enfocarse en “tomo el poder” o

“construyo poder”, al margen del Estado, radica en que hay y hubo

en la izquierda una concepción del Estado como una cosa y, por lo

tanto, si es una cosa o bien es conquistable -hay que conquistar el

Estado- o bien es distanciable -hay que alejarse de esa cosa que

nos envenena-:, En ambos casos el Estado es visto como cosa a

conquistar o a huir de ella, conquisto la cosa o huyo de la cosa.

El problema es que el Estado no es solo una cosa, el Estado es

también una cosa, pero es más que una cosa, es instituciones, es

normas, es procedimientos que le dan forma cósica al Estado; pero

el Estado es más que eso.

El Estado es una relación entre las personas, es una manera de

vincularnos cotidianamente entre las personas en torno a cosas que

nos involucran a todos: la vialidad, la educación, el intercambio de

productos, la sanidad, el respeto, los procedimientos lógicos y los

procedimientos morales.

El Estado es, pues, el espacio de lo común de una sociedad, de lo

colectivo que tiene una sociedad, de lo universal que posee una

sociedad; no es un hecho dado, lo universal, lo colectivo y lo común

ha sido un proceso histórico y gradual de concentración, de

formación de lo común, de construcción o consolidación o

expropiación de lo colectivo y de lo universal, pero el Estado es el

monopolio de lo universal.

Su fuerza radica en eso, en que nos atraviesa a todos, que nos

involucra a todos, que nos contiene a todos; sino no fuera universal,

sería un particular. En la medida en que nos involucra a todos, aún

a los que no queremos nada con el Estado, aún a los que huimos

del Estado. El Estado es una relación entre las personas, una

relación viva entre personas que viven en un barrio, los del barrio

que viven en una ciudad, los de la ciudad que viven en un

departamento, los de los distintos departamentos que viven junto a

otros departamentos. ¿Qué tienen en común? El Estado.

Lo común que tienen personas que viven acá, en Quito, con las

personas que viven en Guayaquil, con las personas que viven en la

sierra y las que viven en la Amazonía, está concentrado en el

Estado. El Estado es, pues, también, la gestión de lo común, la

gestión de lo universal, la gestión de lo colectivo que tiene una

sociedad, de lo colectivo estatizado que tiene una sociedad.

Pero, también, es monopolio, si bien es lo común, es su concentración;

si bien es lo colectivo, es su monopolización; y por eso Marx tenía una

frase fantástica que resume esta paradoja del Estado: el Estado es

una comunidad ilusoria. Es ilusoria, sí; no es objetivamente

construida desde el encuentro entre personas libremente asociadas,

sí; pero es comunidad, es una comunidad real, es una comunidad

vigente. Pero, luego, ilusoria, comunidad ilusoria; gestor de lo

común, monopolizador de lo común, el Estado es una relación

paradojal, material e ideal; común y monopolizada; universalista e

individualizada. En eso radica su magia.

Por lo tanto, si esto es verdad, si el Estado es una cosa, pero es

más que una cosa; son instituciones; pero es más que instituciones,

son procedimientos; pero es más que procedimientos, si el Estado es

también lo común, los preceptos lógicos, los preceptos morales con

los que integramos nuestra vida en común, personas que vivimos

en lugares muy distintos, pero que nos sentimos partícipes de una

misma comunidad histórica en el mundo, si el Estado es eso,

entonces, ¡hay que tomarlo!, hay que tomar esa relación, hay que

conquistarla.

No te puedes quedar al margen del poder porque eso a lo únicos

que beneficia es a quienes están en el poder y están destrozando a

la sociedad desde el poder. No puede haber izquierda

revolucionaria que no opte por la toma del poder, es un falso

debate, pero una izquierda revolucionaria entendiendo que el

Estado, si bien es comunidad, es también ilusoria, es también

monopolio, no puede contentarse con tomar el poder, está obligada

-desde antes, en medio y como continuación del proceso- a

transformar ese poder, democratizar ese poder, construir el poder;

si solamente nos dedicamos a tomar el poder sin transformarlo, sin

democratizarlo, sin construir poder social que democratice la toma

de decisiones, a la larga, devendremos en una nueva élite.

Y si solamente nos contentamos con construir poder externamente

del Estado, dejaremos tranquilas a las élites gobernar durante 500

años, y el poder nuevamente en contra de la sociedad.

Si el Estado es una institución paradojal, las revoluciones

contemporáneas son también paradójicas: toma del poder -

construcción del poder; construcción del poder - toma del poder;

ampliación del poder – concentración del poder, en ese juego dialéctico,en esta dialécticase juega el destino de una revolución.

Una tercera enseñanza y complejidad de la revolución

latinoamericana en marcha es el tema de la hegemonía, entendido

como liderazgo intelectual, como liderazgo moral, como liderazgo

ético, como liderazgo lógico, como liderazgo organizativo de un

bloque social sobre el resto de la sociedad en la que todos ven el

porvenir, el horizonte, la síntesis de lo que somos todos. Esta es la

idea general de la hegemonía, en el sentido gramsciano.

¿Cómo lograr esta hegemonía? El viejo debate del siglo XX dividido

en dos: los países asiáticos y los países modernos. Los países

asiáticos poseedores de una sociedad civil supuestamente frágil y

amorfa, entonces, en esos países había que tener una guerra de

movimientos, de asalto frontal al Estado; en cambio en los países

de fuertes instituciones públicas, de una fuerte sociedad civil,

entonces, había que tener una mirada menos audaz y más lenta y

difusa: guerra de posiciones, para asediar las casamatas sólidas

que tiene el Estado y la sociedad civil contemporánea. Guerra de

posiciones o guerra de movimientos, asalto frontal o largo proceso

cultural de convencimiento y seducción para llegar al poder, el viejo

debate de la izquierda. Es que los dos son necesarios.

La experiencia latinoamericana: nuevamente, en

esta mirada paradojal que quiero manifestar de los procesos

revolucionarios y si no fueran paradojales no sería

revolucionarios. Es que los dos son necesarios.

No puede haber conquista del poder, no puede haber

transformación de la correlación de fuerzas en el Estado si

previamente no ha habido una modificación en los parámetros de

percepción lógicos y en los parámetros de ordenamiento del mundo

morales de la sociedad.???????

¿Qué pasó en Ecuador, Bolivia, qué ha pasado en Venezuela los

años 2000, 2005, 2008? Hasta antes, todo era perfecto, todos eran

neoliberales, la privatización de los recursos iba a traer el bienestar,

la riqueza para el pueblo, el mundo era globalizado, los Estados

eran burócratas, la presencia de la inversión extranjera era la

salvadora del mundo. Eso ordenaba el mundo, eso ordenaba la vida

cotidiana de las personas, su horizonte de acción, su parámetro

lógico y su tolerancia moral hacia los gobernantes.

Y, ¿qué pasó? Hubo un momento en que eso ya no era tolerable,

ya no era creíble, en que eso no era verificable; y poco a poco ese

descreimiento sobre ese ordenamiento neoliberal del mundo, sobre

estas ideas fuerza que ordenaban la organización cotidiana del

mundo en nuestra sociedades fue cuestionada, se fue

resquebrajando, fue siendo debatida, primero por dirigentes

políticos, por dirigentes sindicales, por académicos, por el ama de

casa y por el estudiante, algo no cuajaba, algo no encajaba en este

horizonte del fin de la historia al que todos teníamos que ceñirnos,

tarde o temprano, para conseguir la felicidad, pero la felicidad no

llegaba y ese fin de la historia no se presentaba como fin y el

paraíso había sido sustituido por un infierno cotidiano para

conseguir trabajo y la comida diaria.

Previamente, hubo un cimbramiento espiritual, mental y cultural en

las sociedades latinoamericanas, en unos casos promovidos por

una acción militar, en otro, por una acción colectiva frente a los

dueños del agua, en otros casos, por una movilización frente al

gobierno que había engañado a su pueblo; un quiebre cultural, una

ruptura simbólica, un conjunto de modificaciónes del sentido común de

la sociedad y sobre ese escenario abierto por un quiebre cultural

que modifica las tolerancias morales de las personas, que habilita

un espacio de predisponibilidad a nuevas fidelidades, a nuevos

proyectos, a nuevos liderazgos, sobre ese escenario emerge cada

uno de los procesos progresista en América Latina, con el

presidente Chávez, con el presidente Kirchner, con el presidente

Correa, “Lula”, con el presidente Evo.

No se trata de personas que caen como un rayo en cielo despejado,

hubo un quiebre previo, fundamentalmente cultural, es decir, no

puede haber el asalto, digámoslo así, la toma vía electoral, vía

revolucionaria, la toma del poder sin previamente una

transformación en los parámetros culturales, es decir, no hay una

verdadera guerra de posiciones sin una guerra de movimientos

previa, y la inversa el igual.

Y, aquí dialogo, brevemente con la profesora Chantal Muff sobre

este tema, ¿basta con promover una transformación cultural en los

parámetros cognitivos de la sociedad para crear identidades y una

predisposición al cambio? Es necesario, pero no es suficiente; no

hay revolución latinoamericana que haya triunfado contentándose

simplemente con la modificación de los parámetros culturales.

Aquí, en Ecuador, ¿acaso no hemos tenido que derrotar primero en

las urnas y luego en las calles a la oposición golpista para

consolidar el proceso revolucionario?

En Bolivia, ¿acaso no hemos tenido que derrotar a los separatistas

y a la derecha que querían dividir Bolivia y la tuvimos que derrotar

electoral, política y militarmente para recién consolidar los

procesos?

No hay revolución duradera, no hay revolución verdadera, que

simplemente se asiente con la transformación gradual de los

parámetros culturales, eso tiene que traducirse, tarde o temprano

inevitablemente, en una acción de fuerza, de derrota de tu

adversario. Solamente derrotando a tu adversario, tu hegemonía

cultural puede irradiarse y consolidarse.

La experiencia, entonces, qué enseña? Que la hegemonía, en

realidad es Gramsci y Lenin, y nuevamente Gramsci, es lucha

cultural, lucha de símbolos, lucha de identidades, lucha de

construcciones cognitivas, lucha de ideas fuerza desde la sociedad;

condensación, enfrentamiento, derrota de tu adversario, tienes que

derrotar a tu adversario, sino no has triunfado e inmediatamente

que has derrotado a tu adversario, nuevamente lucha cultural para

asentar esa victoria, para consolidar esa victoria, y nuevamente el

adversario volverá a sobreponerse y buscará reagruparse y tendrás

que derrotarlo cultural, política y, si es necesario, militarmente para

volver a avanzar en la parte cultural.

Es un falso debate o Lenin o Gramsci, Gramsci sin Lenin es un

proceso de ternura sin victoria; Lenin sin Gramsci es un hecho de

fuerza sin irradiación, necesitas a Lenin y a Gramsci.

Un cuarto punto que emerge del anterior, de nuestros procesos

latinoamericanos es la importancia de la lucha por el sentido común.

El sentido común son ideas ordenadoras del mundo, son ideas

ordenadoras de la cotidianidad, son ideas movilizadoras; es el punto

en el que se define la tolerancia moral entre gobernantes y

gobernados, es el lugar de las certidumbres estratégicas de la

sociedad.

La dominación neoliberal, evidentemente, fue fuerza, fue coerción,

fue imposición; pero también fue idea fuerza. El neoliberalismo

también, y quizá fundamentalmente, fue un conjunto de preceptos

mentales, un conjunto de ideas fuerza, de sentidos comunes de lo

propio y lo ajeno, de lo privado y de lo colectivo, de lo extranjero y

de lo nacional, de lo eficiente y de lo ineficiente, de lo probable y de

lo improbable mediante el cual la sociedad, el ama de casa, el

estudiante, el dirigente, el partido político, el congresista ordenaban

el mundo, explicaban el mundo para andar en el mundo.

Se trata, pues, las ideas fuerza de esquemas mentales, de

esquemas lógicos y morales que tienden a naturalizar el hecho de

la dominación, a volverlo cuerpo, carne, rutina, a volverlo “natural”.

Si esto es así, la revolución, la lucha contra el neoliberalismo que

requiere de golpes de fuerza electoral, de golpes de fuerza social,

colectivos y movilizables, requiere, en lo fundamental, también, de

nuevas ideas fuerza, ideas esperanzadoras, ideas con la capacidad

de generar movilización y acción colectiva con la capacidad de

territorializarse e irradiarse. No hay lucha victoriosa contra el

neoliberalismo sin una lucha en las ideas antes de la toma de

poder, en el momento de la toma del poder y, fundamentalmente,

después de la toma del poder.

Hago un llamado de atención, sobre ese punto, a los más de 54

organizaciones políticas de América Latina, 14 de Ecuador, no

podemos descuidar la lucha por las ideas, después de las victorias.

De un tiempo para acá, después de una gran ascenso de un intenso

debate colectivo que ayudó a posesionar, a convertir en fuerza

material, un conjunto de ideas, progresistas revolucionarias sobre el

mundo, hemos entrado en un periodo de estancamiento y eso es

muy peligroso, es peligrosísimo. Necesitamos permanentemente

renovar, enriquecer, relanzar el conjunto de ideas, no podemos

perder la bandera de la esperanza de la sociedad, una revolución

es una esperanza en movimiento, una esperanza movilizadora en

movimiento práctico, hemos avanzado hasta acá, nos ha costado

muchísimo y hemos logrado muchas cosas, en estos diez años,

cinco años, quince años, pero no es suficientes.

La batalla de las ideas nuevamente es decisiva en las

universidades, en los periódicos, en los medios de comunicación,

las asambleas, reuniones y encuentros donde no debe haber

escenario donde no esté el revolucionario con su idea, con su

pancarta, con su frase, con su periódico, con su discurso para dar

esta batalla.

En muchos lugares de América Latina, los luchadores sociales que

estábamos, o en el ámbito sindical o en el ámbito gremial o en el

ámbito académico, hemos pasado a gestión de gobierno, era

necesario por supuesto, pero hemos dejado la retaguardia

abandonada y eso es muy peligroso.

Necesitamos volver ahí, tan importante como un eficiente ministro

de gestión pública, como un ministro de obras, tan importante, es un

dirigente conduciendo el sindicato o la confederación, es el

académico enseñando en la universidad. No concentremos toda la

fuerza intelectual y activa en la gestión del gobierno, no

descuidemos el frente social, lo digo como experiencia,

vicepresidente, eso nos ha pasado a nosotros y es un error.

Muchos dirigentes combativos y luchadores se han pasado a

gestión de gobierno y ahora son alcaldes, ministros y diputados,

excelente, tenemos un parlamento con el 65 % de organizaciones

sociales, es un parlamento muy plural, pero me preocupa lo que

está pasando a nivel del sindicato, de la federación, de la

confederación y de la academia, ahí, es donde se está comenzando

a atrincherar la derecha; no lo permitamos, vayamos nuevamente

ahí a dar la batalla. La batalla por el sentido común, la batalla por las

ideas es lo que ha de sostener la continuidad de este proceso a

largo plazo.

Una quinta lección que hemos aprendido, que ha emergido de la

acción y de la lucha de los procesos revolucionarios, es que la que

la democracia no puede reducirse únicamente al ámbito de la

participación parlamentaria, por muy plural, por muy participativa y

expresiva que sea esto. Los procesos revolucionarios se defienden,

se asientan, se consolidan, se construyen y se profundizan teniendo

fuerza en el parlamento y teniendo fuerzas en las calles,

¡obligatoriamente!

Venimos de las calles, nos hemos forjado en las calles de ahí

venimos, hay que mantener. Yo hablaría que los procesos

revolucionarios tienen una gobernabilidad dual, la gobernabilidad

que se gesta en la articulación del ejecutivo, el liderazgo

revolucionario, el parlamento, la expresión de los sectores sociales,

primer ámbito de gobernabilidad.

Y el segundo ámbito de gobernabilidad es la relación que

entablamos con las organizaciones sociales, con los sindicatos, con

lo barrios, con los gremios movilizados defendiendo sus revolución,

eso es democracia.

Hemos criticado la democracia fósil del norte, eligen una vez cada

cinco años y luego un puñado de 20 personas decide el destino de

millones de personas, eso no queremos, ni lo vamos hacer, ni lo

vamos a repetir. La democracia real, profunda, radical

latinoamericana es profunda participación de la sociedad en el

parlamento, en los ministerios; pero profunda movilización y

participación de la sociedad en las calles, para defender para

profundizar su proceso revolucionario.

Una sexta lección que sacamos de nuestra experiencia

revolucionaria, es el tema del papel de la gestión económica, y

cuando uno está en gestión de gobierno, entiende la profundidad de

los textos del “Che”, por ejemplo, cuando debatían sobre la

economía en Cuba, sus debates con Charles Bettellheim o las

reflexiones de Lenin en la nueva política económica en “Más vale

poco pero bueno”, etc.

Cuando uno está en oposición, ¿qué es lo que importa?, su

capacidad de movilización y su capacidad de crear ideas fuerza

articuladoras que generen un principio de esperanza social en torno

a liderazgos individuales y colectivos; eso es lo central, uno se

juega diez, veinte, treinta cuarenta años, muchas veces nos

morimos y algunos tenemos la suerte de vivir que todo esto se

consolide en un proceso revolucionario, como hoy en América

Latina, pero eso es estar en oposición.

Cuando este proceso revolucionario, que emerge desde la

sociedad, se vuelve gestión de gobierno, se necesita capacidad de

movilización, se necesita capacidad de seducción, capacidad de

convencimiento, pero también, y esto es lo nuevo, capacidad de

gestión económica.

Los procesos revolucionarios latinoamericanos van a definir su

destino en la economía, porque los ciclos de participación, de

movilización, los ciclos heroicos no son perpetuos, son por oleadas

momentos de ascenso, consolidación, estabilización y descenso y

luego viene un valle que puede durar semanas, meses, años hasta

un nuevo proceso de ascenso social. Y en estos valles que, a veces

son cortos, de semanas, medianos, de años o, a veces, largos; ya

no son los momentos heroicos de la generosidad y el universalismo

desplegado como derroche revolucionario.

Es el tiempo de cotidianidad, de los resultados y al gobernante, al

vicepresidente, al presidente Correa, al presidente Evo, al

presidente Chávez al presidente “Lula”, al presidente Kirchner, la

sociedad le pide, he peleado mucho presidente, me he sacrificado,

este es mi proceso, es mi conquista, pero quiero también

resultados, quiero ver mi agua potable, quiero ver mi calle, quiero

ver mi escuela, quiero ver mi hospital y, es ahí, vicepresidente (de

Ecuador) que lo está viviendo usted, lo aprendo de usted también,

es donde tenemos que mostrar la otra cara del revolucionario,

también ser revolucionario en la capacidad de gestión, en la

capacidad de gestión económica de nuestro país.

El futuro se va a definir ahí, lo que vaya a pasar en América Latina,

el año 2015, 2016, 2017, 2018 que es una etapa de transición va a

depender de cómo podemos responder, de cómo podemos actuar,

como podemos generar un conjunto de decisiones que le den a las

personas certidumbre a las personas en el ámbito económico.

Tenemos que depositar ahí toda nuestra fuerza, compañero

vicepresidente, ahí es dónde nos vamos a jugar y es ahí donde

está apuntando sus cañones el imperio, ahí es sonde está

apuntando sus cañones la conspiración permanente de las fuerzas

conservadoras locales e internacionales, en la economía, y es ahí

donde tenemos que obtener una nueva victoria, con una buena

gestión de la economía y una buena administración de la economía.

No voy a detenerme sobre los aspectos principales, solamente

menciono algunos que nos están ayudando en Bolivia, exportación,

mercado externo y mercado interno; eso nos ha ayudado a nosotros

mucho, hemos crecido mucho con la economía de exportación

cuando los precios estuvieron altos.

Nosotros también dependemos del gas, el 50 % de nuestras

exportaciones son del gas y cuando subió el precio del petróleo y el

gas entró mucho dinero. Pero como sabíamos que eso podía,

cualquier rato caer, porque ya el 2008, cayó de 140 dólares a 35

dólares, duró poco pero cayó más de cien dólares el barril de

petróleo, pero sabíamos que esto es inestable, que uno no puede

confiarse únicamente en una dinámica de exportaciones hay que

aprovechar, pero también generar tu retaguardia y eso es el

mercado interno, el crecimiento vía mercado interno, vía dinámica

interna.

En Bolivia el crecimiento del 5 % anual, mitad crecimiento del

mercado interno, mitad mercado externo, ha caído el mercado

externo, en vez de crecer el 6 o 7 % , estamos creciendo 4.5 %, es

un buen crecimiento porque tomamos la previsión de también

apuntalar el crecimiento del mercado interno y mercado interno es

distribución de la riqueza. No puede haber una fortaleza del

mercado interno sin distribución de la riqueza.

Dice la teoría económica, primero genera riqueza y luego

distribúyela, pues nosotros no les hemos hecho caso a los

economistas, hemos distribuido y producido, producido y distribuido,

no hemos esperado primero producir para luego distribuir, a medida

que producíamos, distribuíamos y al distribuir producíamos más y

producíamos mejor. Y de esa manera estamos pudiendo remontar

este momento adverso en el ámbito económico

Segunda cosa, el Estado tiene que controlar los resortes

fundamentales de la economía, de las empresas y de la generación

del excedente del país y todo en función de la sociedad, crecimiento

en función de la sociedad, distribución de la riqueza para potenciar

la sociedad, inversiones para potenciar la sociedad; todo el aparato

económico en torno al núcleo de empoderar de mejorar las

condiciones de la propia sociedad.

Un séptimo problema y tensión que se está dando en nuestros

procesos revolucionarios es el debate entre generación de bienestar

económico, preservación de la Madre Tierra, entre generación de

más riqueza material y protección de la Madre Tierra, el famoso

debate sobre los extractivismos que se ha puesto de moda, en

América Latina, claro, Ecuador, Venezuela, Bolivia arrastran una

herencia extractivista, que en el caso de Bolivia se remonta a 1.570

cuando el virrey Toledo, instaura el trabajo obligatorio en el Cerro

Rico de Potosí y convierte a Bolivia en un escenario productor de

materias primas que se exportan a la metrópoli.

Desde entonces, Bolivia y América Latina quedaron definidas en la

distribución planetaria de tareas del capitalismo, como productores

de materias primas, traemos casi 450 años de esa herencia, es

verdad está ahí esa herencia. Igualmente, somos, las sociedades,

las latinoamericanas, con muchos problemas de pobreza, con muchas

necesidades de una población que, durante décadas y siglos en la

colonia, en la república, hasta el neoliberalismo, fue abandonada a

su suerte.

Casi, en otros países han llegado al siglo XXI, con la mitad de su

gente en pobreza, los continentes más pobres, comparables y compitiendo con

África, muchas necesidades inmediatas, muchos requerimientos

inmediatos.

Entonces, se tiene esa herencia, eres extractivista desde antes y

tienes muchas necesidades materiales insatisfechas de las

personas y lo que tienes que hacer es producir en base a tu

herencia para satisfacer las necesidades de la gente, que ve en sus

líderes y en su revolución la esperanza para salir de la pobreza y

para acabar su miseria y abandono.

Pero, a la vez, tenemos, en América Latina, raíz indígena, hay, en

nuestra herencia familiar hay un indio o somos indios, somos

indígenas o venimos de raíz indígena y ahí está nuestra fuerza y en

esa fuerza de nuestra raíz indígena no solamente esta una

identidad y una historia, sino está una enseñanza de un tipo de

intercambio metabólico, diría Marx, con la naturaleza mutuamente

procreativo, las tecnologías indígenas, la sabiduría indígena

heredada en tierras bajas y en tierras altas, en la amazonia y la

sierra es de una tecnología productiva, de unos conocimientos

productivos que siempre intentó dialogar con la naturaleza, porque

la naturaleza fue concebida como un ser vivo, como un ser orgánico

y el ser humano como una prolongación orgánica de ese ser

superior y, entonces, a ese ser superior vivo no lo matas, porque tú

dependes de él y porque tú eres una prolongación, matar la

naturaleza, para el indígena, es matarse a sí mismo.

Arrastramos esa herencia venimos de esa raíz y, a la vez, el cambio

climático en el mundo que está transformando la siembra, la

cosecha, el clima, es también una responsabilidad del

revolucionario asumirla como una tarea para preservar la naturaleza

y ¿cómo hago coincidir las dos?, gran debate, ni Lenin nos dijo

cómo, ni Gramsci nos dijo cómo. Fidel Castro sí, ha reflexionado

sobre eso.

¿Cómo articulamos, especialmente, en sociedades como la

ecuatoriana o la boliviana de vieja y preponderante herencia

extractivista?, si solo nos dedicamos a producir, no importa

extractivistamente, pero para satisfacer necesidades materiales,

tenemos éxito económico, tenemos resultados económicos; pero

hemos abandonado una raíz comunitaria, una herencia comunitaria

indígena que habilita un provenir, porque el futuro va a ser

ecológico o no va ser el futuro, el futuro socialista, el futuro

comunitario ha de ser ecológico o no va a poder existir y, a la vez si

solamente nos dedicamos a cuidar la naturaleza, a no tocarla,

seguimos en la pobreza, seguimos en la miseria.

Y van a venir los neoliberales a quienes no les importa nada ni los

árboles, ni los pajaritos y ellos si van a dedicarse a producir como

puedan y a satisfacer necesidades de la población y la población,

con justo motivo, te va abandonar, nos va a abandonar.

Entonces, no puedes simplemente a producir de manera irreflexiva,

manteniendo el extractivismo porque renuncias a tu raíz y a tu

porvenir; y no puedes contentarte con ser un cuidador de bosques,

dejando a la población en la miseria colonial, en la que viven, hoy,

los pueblos indígenas, porque hoy su condición de vida, no es una

condición de vida idílica, es una condición de vida de pobreza,

colonial construida en los en los últimos 500 años. Eso es lo que

nos propone el medioambientalismo colonial, yo le he llamado.

Latinoamericanos déjense de soñar con el progreso, si quieren

hacer algún aporte a la humanidad, dedíquense a cuidar árboles, el

norte que siga produciendo, que siga inundando de C02 el mundo,

que siga destruyendo los bosques del mundo, América Latina

dedicada ahora a generar el oxígeno que el norte esta aniquilando;

este es el mendioambientalismo colonial, que los países del sur

paguemos la plusvalía ambiental congelando nuestra producción,

congelando nuestro desarrollo, congelando nuestro futuro,

congelando nuestras condiciones de vida que son coloniales,

supuestamente, en aras de preservar la naturaleza, mientras los del

norte siguen con la orgía destructiva del planeta.

Y nos atacan: gobierno de Correa, extractivista; gobierno de Evo

Morales, extractivista, claro reciben buen dinero los que nos critican

de esos organismos extranjeros, para criticarnos, para mantener

esas palabras y, a la larga, sirven a esos interese externos. No

señores, de qué se trata, qué es lo que estamos haciendo en Bolivia

y qué es lo que yo veo en distancia, lo que se está haciendo en

Ecuador, que lo considero correcto.

¿Tenemos que salir del extractivismo?, sí, tenemos que salir, pero

no se sale congelando las condiciones de producción, ni regresando

a la edad de piedra, se sale del extractivismo, utilizando

temporalmente el extractivismo para crear las condiciones culturales

organizativas y materiales de una población que salte a la economía

del conocimiento.

¿De qué economía del conocimiento voy a hablar cuando tengo

compañeros que viven en el altiplano, en casas de piedra que

caminan cinco horas para llegar a su colegio, que se sientan en un

asiento de barro y que están durmiéndose todo el día porque no les

alcanza el alimento para estar despiertos, qué economía del

conocimiento se construye de esta manera?

Esta es la farsa del mediambientalismo colonial, porque hay un

medioambientalismo revolucionario, pero el medioambientalismo

colonial nos quieren hacer caer en esa trampa, las condiciones de

vida actual de los pueblos indígenas son idílicas y armónicas. Que

vayan a conocer a un niño durmiéndose porque no pudo desayunar

bien, que entren a ver a la Amazonía, para ver como se muere la

gente por la mordedura de una víbora porque no hay ni en cinco

días una atención médica. Nos conocen desde sus ONG, en las que

ganan mucho dinero, se dedican a ver desde la ventana lo que pasa

en el mundo y se dedican a resolver los problemas del mundo

desde donde están, no es así.

Hay que acabar con el extractivismo, sí, pero simultáneamente hay

que acabar con la miseria y hay que utilizar las herramientas

heredadas, ¿cómo nos piden a nosotros acabar en cinco años lo

que ha durado 500 años?

Nos exigen que acabemos en seis meses lo que ha durado siglos.

No señores, no vamos a caer en esa trampa. Los procesos

latinoamericanos asumen que hay que pasar a una economía del

conocimiento, a una economía industriosa que vincule la ciencia y la

tecnología contemporánea con la ciencia y la tecnología ancestral,

vamos a llegar a eso, pero lo vamos hacer creando las condiciones

materiales, culturales y espirituales para ese tipo de economía y

sociedad, produciendo lo que hoy tenemos, temporalmente usando

el petróleo, el gas, los minerales, la agricultura; necesitamos un

periodo de transición, un puente que cree las condiciones técnicas,

materiales y culturales de una nueva generación capaz de superar

el extractivismo.

Entonces, vamos a seguir produciendo, porque hay que satisfacer

las necesidades materiales de la gente, pero, a la vez, iremos

creando las condiciones, para un reencuentro con la naturaleza,

rescatando la tradición indígena de la relación mutuamente

vivificante con la naturaleza. Extractivismo, sí, temporalmente, sí,

necesariamente hasta crear la nueva sociedad del conocimiento y

de la cultura.

Permítanme aquí criticar a esta izquierda de cafetín, que así le

llamo yo, si quieren ustedes izquierda “deslactosada”,

evidentemente hay grupos que se oponen, dicen, desde la más

izquierda del proceso ¿quiénes son?, es una izquierda perfumada

que observa el fragor de los procesos desde el balcón, un café o

desde la televisión, es una izquierda bien remunerada, es una

izquierda que se horroriza del lenguaje guerrero y del olor de la

plebe, en las calles, le incomoda el estruendo de la batalla y el

desorden de una democracia de barricada.

Es una izquierda que le gusta su café descafeinado, que critican a

los gobiernos progresistas que no han construido en una semana el

comunismo, que aprovechando el descanso de su fitness matinal,

nos critican de que no hayamos acabado de una buena vez con el

mercado mundial y en seminarios, donde rinden cuentas de sus

financiamientos externo que garantizan su buena vida, denuncian a

los gobierno progresistas, por no haber instaurado inmediatamente

y por decreto el buen vivir.

A estos caballeros y señoritas, la verdadera y desbordante lucha de

clases plebeya e indígena les resulta incomprensible, la única

revolución que conocen es la que han visto resumida en History

Channel. Y por ello, la multiforme, a veces, desorganizada lucha

plebeya real por el poder, les resulta totalitaria, tiránica y autoritaria.

Son, pues, los radicales de palabra y timoratos de espíritu, son los

arrepentidos cómplices del pasado neoliberal, devenidos, de

manera sorpresiva hoy, en ultra radicales profetas del inminente

fracaso de los procesos revolucionarios. Portadores de teorías

“deslactosadas”, no tienen ninguna medida concreta, ni una sola

propuesta práctica enraizada en el movimiento social que pueda

hacer avanzar los procesos revolucionarios, son, por tanto, los

mediocres corifeos internos de la nueva ofensiva imperial que

buscan desestabilizar a los procesos y gobiernos progresistas.

Su pseudo radicalismo abstracto e inoperante, no apuntala ninguna

movilización, ni refuerza la acción colectiva de los sectores

populares, campesinos, obreros o indígenas; eso sí, su discurso

aglutina el conservadurismo y el racismo de sectores acomodados

que, bajo el camuflaje de un discurso pseudo izquerdista o pseudo

ambientalista, buscan desprestigiar los procesos revolucionarios.

Al no impulsar la movilización la movilización  autónoma de las clases sub

alternas, ni ser alternativa de poder real, estos pseudos radicales

trabajan para los restauradores del neoliberalismo, son los

ideólogos del fin del relato del progresismo latinoamericano. Los

conozco, no soy tan mayor como mi profesor Emir Sader, pero me

tocó vivir un proceso parecido en los años 80 y vi un proceso

progresista y estudié lo que pasó en Bolivia, cuando el gobierno

progresista de Juan José Torres, con el gobierno progresista de

Unidad Demócrata y Popular (UDP), que tenían sus problemas y

sus dificultades, y surgió un oposición de izquierda radical que le

demandaba el comunismo, el socialismo, el decreto, el nacionalizar

los mercados, el hacer todo inmediato y ya.

Esos no fueron alternativa de poder, ayudaron a derrocar a los

gobiernos progresistas y no entraron al poder, lo que habilitaron fue

diez años de dictadura militar, veinte años de neoliberalismo y,

como por suerte, estamos vivos para conocer la historia y no la

vamos a repetir, no vamos a permitir que estos tipos vuelvan a

socavar los procesos revolucionarios, ayudando a un regreso de

las fuerzas conservadoras.

Permítanme cerrar con un noveno punto, el tema de la cohesión

nacional estatal. Podemos decir que el neoliberalismo en el mundo

ha tenido, en términos generales, dos fases, dos etapas a nivel

mundial.

Una fase que va de los años 1980, con Ronald Reagan y Margaret

Thatcher hasta el año 2000, 2005 y, una segunda fase, desde el

año 2005 hasta hoy y no sabemos cuánto más, a nivel mundial.

En la primera fase 1980 a 2005, el neoliberalismo utilizó el Estado

nacional, lo utilizó, lo capturó, lo reformó y lo utilizó para transferir el

excedente, la riqueza pública, las empresas públicas, los ahorros

públicos a empresas privadas, a propiedad privada local y

fundamentalmente extranjera. Se privatizaron empresas, se

transfirieron recursos de los bancos a los sectores privados y se

entregaron recursos naturales a inversión extranjera.

En esta fase, donde el Estado nacional juega un papel de regulador

y transferente de lo público a lo privado, el Estado también juega el

papel de cohesionador cultural de la sociedad en torno a la

privatización.

Cumple funciones de privatizar, de transferir lo público a lo privado y

funciones de dar la cohesión cultural, la cohesión ideológica, el

cemento, diría Louis Althusser, para mantener la percepción de la

sociedad articulada a las decisiones gubernamentales.

Estamos hoy ante una nueva fase del neoliberalismo, en esta nueva

fase, los Estados plurinacionales son un estorbo, y me atrevo a

decir que han sacado la lección de lo que ha pasado en América

latina, para no repetirla, para empezar a operar en el mundo árabe y

el Europa. Hoy estamos ante una fase distinta del neoliberalismo,

ya no les son cómodos los Estados nacionales, no le son

funcionales ni útiles; entonces, han pasado a una etapa de

desmembramiento, debilitamiento y fraccionamiento de los Estados

con dos variantes.

La primera variante de este desmembramiento de los Estados:

formación de oposiciones políticas movilizadas, creación de áreas

extraterritoriales del Estado, pueden ser parques nacionales,

fraccionalismo regional en algún país, posteriormente, promover

guerras civiles e intervención militar extranjera, el caso de Irak,

Afganistán, Libia Túnez, Siria; no sé si el caso de Ucrania puede

entrar en este modelo de desmembramiento de Estados nacionales.

La otra variante es impulsar privatizaciones, ampliar el

endeudamiento público, impulsar pérdida de soberanía tributaria de

esos Estados, pérdida de soberanía monetaria y recorte de áreas

de intervención estatal; el ejemplo de Grecia ahí es paradigmático,

en esta otra modalidad de derrumbe de la soberanía estatal, lo que

ha hecho Europa, Merkel, Alemania, el Fondo Monetario

Internacional y el Bundesbank con el pueblo griego.

Ambas vertientes, vía guerra civil o recortamiento de soberanía

conducen a una implosión de los Estados, a una cohesión

ideológica, ya no por parte del Estado, sino por estructuras

supraestatales y un nuevo reparte imperial de empresas, recursos y áreas

geográficas.

Este es momento novedoso, si en los años 80 los Estados eran

funcionales al desarrollo del neoliberalismo, en esta etapa no le son

funcionales, vean la aniquilación de los Estados laicos en el mundo

árabe, es terrible, al final, se trata de ver quién controla la

geopolítica y el petróleo, pero ahora bajo vía de fragmentación, de

pequeños feudos armados, enfrentados unos contra otros.

Si esta es la lógica contemporánea, la defensa de los Estados,

necesariamente bajo un nuevo mando, bajo un nuevo bloque social

de poder, se presenta como una tarea imprescindible en los

procesos revolucionarios de América Latina y el mundo.

La defensa de los procesos en América Latina ha de requerir

profundización de la revolución y la irradiación a otros lugares.

Es importante no olvidar que los procesos revolucionarios, nos son

permanentemente ascendentes, son por oleadas, avanzan, se

consolidan, se estancan, retroceden, caen, vuelven a levantarse en

un proceso continuo de de avances y retrocesos por oleadas.

En el fondo, la lucha del pueblo, solo la lucha, ha de definir el futuro

curso histórico del continente y el mundo.

Muchas gracias.

 

 

 




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